Había un joven que tenía la aspiración de trabajar para una empresa porque pagaba muy bien y era muy prestigiosa. Preparó su Curriculum vitae y tuvo varias entrevistas. Al final le dieron un puesto de inicio. Entonces su aspiración la convirtió en su siguiente meta—un puesto de supervisor que le daría aun mayor prestigio y salario. De manera que completó las tareas que le daban. Llegaba temprano algunas mañanas y se quedaba tarde, para que el jefe viera que trabajaba jornadas largas.
Después de cinco años, se abrió un puesto de supervisor; pero, para tristeza del joven, otro empleado, que llevaba trabajando para la empresa sólo seis meses, obtuvo el puesto. El joven estaba muy enojado y fue al jefe para exigirle una explicación.
El sabio jefe le dijo: “Antes de responder a tus preguntas, ¿me podrías hacer un favor?”
“Sí, claro”, dijo el empleado.
“¿Puedes ir a la tienda a comprarme unas naranjas? Las necesita mi esposa”.
El joven aceptó y fue a la tienda. Cuando regresó, el jefe le preguntó: “¿Qué clase de naranjas compraste?”
“No sé”, respondió el joven. “Usted sólo dijo que comprara naranjas; y éstas son naranjas. Aquí tiene”.
“¿Cuánto costaron?” preguntó el jefe.
“Bueno, no estoy seguro”, fue la respuesta. “Usted me dio treinta dólares. Aquí está su recibo; y aquí tiene su cambio”.
“Gracias”, dijo el jefe. “Ahora, por favor, toma asiento y presta mucha atención”.
Entonces el jefe llamó al empleado que había conseguido la promoción y le pidió el mismo favor. Aceptó sin reparos y fue a la tienda.
Cuando regresó, el jefe le preguntó, “¿Qué clase de naranjas compraste?”
“Bueno”, contestó, “la tienda tenía diferentes variedades—navelinas, Valencia, sanguinas, mandarinas y muchas más; y no sabía cuál de todas comprar; pero me acordé que dijo que su esposa necesitaba las naranjas, así que la llamé. Me dijo que iba a tener una fiesta y que iba a hacer jugo de naranja; por lo que le pregunté al señor de la tienda cuál de todas sería la mejor para hacer jugo. Me dijo que la naranja Valencia era muy jugosa y dulce, así que ésa es la que compre. Las dejé en su casa antes de volver a la oficina. Su esposa estaba muy contenta”.
“¿Cuánto costaron?” preguntó el jefe.
“Bueno, ése fue otro problema. No sabía cuántas comprar, así que volví a llamar a su esposa y le pregunté a cuántas personas calculaba recibir. Dijo que 20. Así que le pregunté al de la tienda cuántas naranjas harían falta para hacer jugo para 20 personas; y eran muchas. Entonces le pregunté si me haría un descuento por cantidad, ¡y me lo hizo! Estas naranjas normalmente cuestan 75 centavos cada una, pero las pagué sólo a 50 centavos. Aquí tiene el cambio y el recibo”.
El jefe sonrió y le dijo: “Gracias; ya se puede retirar”.
Miró al joven que había estado contemplando la conversación. El joven se levantó, bajó los hombros y dijo: “Entiendo lo que quiere decir”, mientras salía desanimado de la oficina.
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