¿Cómo mantener una empresa sana?

Para garantizar la salud de toda empresa es importante descubrir los primeros síntomas de enfermedad y movilizar de inmediato los recursos humanos necesarios para salvaguardar la misión de la organización. Por Miguel Agustín Verduzco

Si nos detenemos a meditar sobre una empresa, de pronto surgen preguntas como ¿de quién surgió la idea de su creación?, ¿cómo nació?, ¿a qué necesidad respondió?, ¿para qué fue creada?, ¿cuál es su razón de ser?, ¿hacia dónde va?

Y es que la empresa es un organismo viviente que como tal ha pasado por un periodo de gestación, en el cual debió definirse la razón última de su existencia, su misión, el para qué existe, etcétera, y tuvo que pasar por un periodo de inicio de desarrollo, generalmente difícil y muy vulnerable.

Una empresa tiene también una etapa de crecimiento más consolidado, armónico y planeado. La madurez, la estabilidad y la consolidación llevarán, como en las personas, a la plenitud, la cual puede transformarse en senectud y muerte o en renovación y resurgimiento.

El ciclo de vida se completa en una forma u otra. Pero ese cambio dentro de la empresa, no se da in vitro, sino en un entorno a veces hostil. La empresa debe desarrollar mecanismos de adaptabilidad, de lucha, de defensa, según sean las circunstancias de sí misma y del entorno.

Estos mecanismos siempre son de interrelación e interdependencia de las partes que la componen.

El entorno cambia con tal rapidez y la empresa se ve tan afectada por los cambios, ya sean tecnológicos, sociales, políticos o económicos, y en todos los niveles, que está obligada a ser un organismo sano, fuerte, resistente, sin posibilidad de “neurotizarse, deprimirse” o de sufrir graves trastornos en su estabilidad.

Para garantizar su salud, es importante descubrir los primeros síntomas de enfermedad y tomar las medidas preventivas para movilizar óptimamente la energía y los recursos humanos que lleven al logro de la misión de la organización y, al mismo tiempo, mantengan una asociación viable y creciente, cuyas necesidades de autoestima, progreso y satisfacción se alcancen en gran parte en el trabajo.

Empresa sana

¿Cuáles son las características principales de una empresa sana?
• Las acciones de la empresa, en cada una de las áreas, están guiadas por planes y estrategias bien definidas, tendentes al logro de las finalidades.
• La estructura responde, no sólo a las funciones y a la división del trabajo en la compañía, sino también a los retos del entorno.
• Las finalidades de sus puestos, asícomo su interrelación son conocidas con claridad y por lo tanto la energía se canaliza al logro de los objetivos organizacionales.
• La comunicación vertical y lateral no se distorsiona y es fluida.
• La información no se esconde, ni es “propiedad” de alguien.
• Las decisiones se toman involucrando a los afectados y se basan en la información disponible.
• Las ideas se exponen sin miedo a la crítica y son tomadas en cuenta sin importar el nivel de donde provienen.
• La autoridad se delega con confianza y la responsabilidad se comparte con compromiso.
• Los conflictos y las situaciones problemáticas se ventilan con métodos se solución.
• El desarrollo y la capacitación de los recursos humanos constituyen una inversión, no un gasto.
• El sistema de remuneración es internamente equitativo y externamente competitivo.
• Los individuos asumen su responsabilidad a todos los niveles y tienen la mente abierta al cambio.
• El riesgo es aceptado como parte del desarrollo de la empresa y oportunidad de crecimiento personal.
• La organización es un sistema abierto y proactivo respecto al entorno.

Empresa enferma

Reflexionar sobre la salud lleva a la reflexión sobre el extremo opuesto: la enfermedad. Esta puede presentarse en cualquier momento, pero parece existir alguna predisposición en los momentos de crisis, debido a su proceso natural de desarrollo.

Durante esos momentos es más propicio que adquiera características “neuróticas”, que se manifiestan en algunos integrantes de la empresa, pero cuya influencia daña a la totalidad de la organización.

Durante la infancia de la empresa la energía se vuelca hacia afuera en una necesidad de supervivencia, de conquista de mercados, impulso de darse a conocer, de autoafirmarse, de “ser alguien”, de triunfar. Para lograrlo se debe hacer muchas cosas, como improvisar, inventar, crear, emprender, en un impulso incontrolado de actuar.

Hay poco tiempo para pensar, para planear el futuro, se vive el aquí y el ahora con gran vitalidad, pero con poca reflexión. Pero el peligro acecha, puede llevar a la “manía”, al hacer por hacer, a la incongruencia, a la contradicción, a la falta de armonía. Sus síntomas: la carencia de políticas, contradicción en las órdenes, anarquía en las decisiones, indefinición de los límites de autoridad. Actuar en forma maniática puede ser la enfermedad.

Si la empresa sobrevive esa fase, comienza su etapa juvenil, que clama por parámetros definidos, estructura, organización, legislación interna. Hay que ordenar el desorden, legitimar la autoridad, definir funciones y respetar la división del trabajo, hay que planear el futuro, no sólo vivir el presente.

Sin embargo, se presenta un peligro distinto. Precisamente porque está en juego la definición de la autoridad, y lo que de ella emane, puede surgir la lucha por el poder, abierta o encubierta, pero igualmente peligrosa, pues genera ansiedad, miedo, guerra interna; sus síntomas: la formación de subgrupos antagónicos, rumores, intrigas, escisiones, temor al riesgo y a la definición, a la responsabilidad y al compromiso; inseguridad sobre la sobrevivencia individual y de grupo; posibilidad de deserción, miedo, paranoia, etcétera.

Cuando la empresa ha logrado superar estas dos etapas, llega por fin a la madurez, que implica orden, claridad, estructura, finalidad, consolidación, seguridad. El precio por llegar aquí es perder un poco de espontaneidad, de flexibilidad, de vitalidad; todo está legislado, reglamentado, presupuestado. Los retos y los riesgos se minimizan; la innovación escasea; se genera resistencia al cambio, la agresividad, antes productiva, se convierte en calma, comodidad, tedio.

Ahora la amenaza es la falta de motivación, la carencia de creatividad, el trabajo rutinario, la falta de entusiasmo por laborar, síntomas de un estado de tristeza, de lenta autodestrucción, de depresión.

Se ha llegado a la encrucijada vital. De la reacción a esa crisis, la más importante de todas, dependerá la renovación y el resurgimiento o la declinación y la muerte.

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