Convendría recordar una sabia historia de autor anónimo que nos ilustra con claridad este tema:
–Cuando era joven y libre y mi imaginación no tenía límites... Soñaba con cambiar el mundo.
–Cuando maduré y me volví más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, así que moderé mis aspiraciones y decidí cambiar únicamente a mi país. Pero también descubrí que mi país no cambiaría.
–Al llegar a mi vejez. En un último intento desesperado. Resolví cambiar únicamente a mi familia y mi trabajo. Pero ellos nunca lo permitieron.
–Y ahora, al final de mi vida, ¡De pronto me doy cuenta! Si tan solo me hubiera cambiado primero a mi mismo...
–Entonces con mi ejemplo habría cambiado a mi familia y mi trabajo. Con su inspiración y aliento, habría podido mejorar a mi país... Y quien sabe, quizá podría haber cambiado ¡incluso el mundo!
–Cuando era joven y libre y mi imaginación no tenía límites... Soñaba con cambiar el mundo.
–Cuando maduré y me volví más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, así que moderé mis aspiraciones y decidí cambiar únicamente a mi país. Pero también descubrí que mi país no cambiaría.
–Al llegar a mi vejez. En un último intento desesperado. Resolví cambiar únicamente a mi familia y mi trabajo. Pero ellos nunca lo permitieron.
–Y ahora, al final de mi vida, ¡De pronto me doy cuenta! Si tan solo me hubiera cambiado primero a mi mismo...
–Entonces con mi ejemplo habría cambiado a mi familia y mi trabajo. Con su inspiración y aliento, habría podido mejorar a mi país... Y quien sabe, quizá podría haber cambiado ¡incluso el mundo!
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